Buenos recuerdos

Conocí al chubby dubby (o séase, Abraham) en mis tiempos de gloria. Íbamos en la misma clase de Inglés I con la maestra... la maestra..... creo que se llama Laura (ajá, Laura Bello). Esa maestra era de esas que tienen pinta de ogt pero que en realidad es buena onda (muy en el fondo, claro, pero fondísimo). Eran tiempos extraños aquellos. Me llevaba bien con el chubby dubby por su caracter afable y toda esa sarta de tonterías que decía a menudo y que nos hacían reir. Dentro de nuestro pequeño-clan-de-inglésI también estaban incluidos Decuir y Nidya. Fue de mis primeras amistades en Xalapa, ya que, claro está, Inglés I la tomé en primer semestre, recién llegada de Puebla y medio atarantada por esa sensación rara que se vive cuando te acabas de mudar de ciudad y no conoces a nadie. Me atrevería a decir que era muy feliz en esos tiempos, pero ahora que lo recuerdo bien, la verdad es que me sentía sola y Abraham junto con Decuir y Nidya y mi bolita de amigos (Indira, Anahí, Monserrat, Jose Luis, Edith, Nancy, Carisma) hacían que la soledad fuera menos pesada.
Una de las cosas que me llamó la atención de Abraham fue que teníamos gustos musicales parecidos y compartíamos simpatía por la lectura, muy al contrario de los demás que odiaban la clase de Lectura y Redacción y que sus gustos musicales distaban mucho de parecerse a los nuestros. Era muy ingenua en ese entonces, pero estaba ansiosa por conocer la vida, y entonces era cuando platicaba mucho con Abraham, Decuir y Nidya, aunque creo que Nidya entendía mejor las cosas que yo dada su experiencia.
Cuando recuerdo a la Joyce de esos tiempos siento nostalgia, y sí, daría lo que fuera por regresar el tiempo y no cometer todas las estupideces que cometí, que fueron muchas y que hoy me pesan en el alma más que nunca. Además de la ingenuidad, era tonta, torpe, pero tenía muchas ilusiones. Una de ellas era cambiar el rumbo monótono de la vida que hasta ese momento había llevado en Puebla. Tenía más oportunidades en ese entonces de cambiar las cosas porque practicamente vivía sola y hacía lo que quería, pero no dejaba de agobiarme ese sentimiento de vacío y buscaba la forma de compensarlo haciendo mil tonterías, desde matarme haciendo la tarea hasta vagando por la escuela sin tener nada qué hacer. Todo eso cambió de repente, y se fue hasta lo más alto de la cima, y como todo lo que sube tiene que bajar pues pasó: lo que era mi gloria se convirtió con el paso de los años en desgracia.
Ni Abraham ni Nidya ni Decuir ni yo somos los que alguna vez nos conocimos. Somos diferentes, hemos cambiado mucho, no sé si seamos mejores o peores, pero la cuestión es que jamás volveremos a ser los de antes. Tenemos una perspectiva muy diferente de la vida a la que teníamos cuando entramos a la facultad. Estamos cada día más llenos de misterios. Me cuesta trabajo adaptarme a estos cambios, aun no me creo que soy una persona adulta, y lo que veo delante de mis narices además de desconocido me parece interminable: el futuro. Dicen que hay que ponerle más atención al presente y olvidarse del pasado, pero somos humanos, de esos que se mueren en algún momento y que pasan por muchas etapas y que piensan y que sienten y que en algún maldito momento sienten miedo de lo que va a pasar mañana al despertar. Eso es una injusticia, creo que la mentada de madre más dolorosa de todas las que se puedan proferir.